Una difícil prueba


Nuestro maestro, Paulo Freire[1],[2] nos pone ante un espejo y nos pregunta… ¿Desde dónde haces educación, con quiénes, y para qué?

Súbitamente nos damos cuenta, entonces, de que muchos de nosotros no podemos dar la respuesta “esperada”.

No, a menos que estemos trabajando ahora mismo, codo a codo, con el pueblo, con las comunidades oprimidas, construyendo con ellas y con ellos una nueva visión del mundo y anhelando su liberación.

Esto poco o nada tiene que ver con la escuela y con las aulas tradicionales, dedicadas a transmitir una versión de bolsillo del conocimiento Occidental, o como dijera Silvia Rivera Cusicanqui, de la “episteme noratlántica”. Por algo Freire decidió sobreponer en ellas, cuando las utilizaba, otra realidad, la de los círculos de cultura. Desde el punto de vista de Freire, no importaría mucho que nuestras aulas cuenten con modernos edificios, plataformas virtuales y aulas maker: igual pueden seguir siendo escuelas tradicionales, espacios en donde se reproduce la opresión. No es tampoco una cuestión de didáctica.

Porque esta liberación no es de cualquier clase. La liberación a la que Freire hace referencia, la más importante, es la liberación comprometida con la lucha de clases, con la liberación de los oprimidos de sus opresores. Así las cosas, no estaremos haciendo una educación liberadora si extirpamos de nuestra labor la lucha contra el modo de producción capitalista. ¿Estamos?

Ese sería el núcleo duro del contenido político de la educación emancipadora.

Es confiando en el pueblo, en las clases oprimidas, yendo hacia ellos, construyendo con ellos, siendo una comunidad con ellos, los verdaderos protagonistas de la transformación, que se puede hablar de una educación liberadora, de una educación popular. Es un tipo de educación que además tiene que ocurrir al mismo tiempo que la revolución más amplia, como parte del proceso revolucionario, trabajando con campesinos, obreros, indígenas, marginados.

Desde arriba, desde el poder, desde el gobierno, no puede venir una educación auténticamente liberadora. Bien sabemos cómo, aún con las mejores intenciones, gobiernos de todos los colores acaban plegándose a los “poderes fácticos”. Tampoco desde la educación privada, fundamentalmente comprometida con las clases privilegiadas, las clases opresoras, o con sus sucedáneos, las clases medias, atrapadas en contradicciones.

Quienes, alejándose de sus propios intereses de clase, deciden entregarse a este proyecto de liberación, de humanización, han de adentrarse en un territorio completamente nuevo, en un proceso que, desde luego, no estará ya más bajo su control. El nuevo orden que haya de construirse expresará una articulación dinámica de los saberes populares con aquellos conocimientos que puedan ponerse al servicio de esa causa, y muy probablemente, estos procesos habrán de vivirse y desarrollarse fuera de las aulas y fuera de las escuelas.

Se trata de una visión de lucha y de conflicto que parece ajena a las narrativas educativas a las que estamos habituados.

Cabe aclarar: no se trata, nos dice Freire, de que los oprimidos se transformen en opresores. La liberación es para todos. Los opresores también quedarán liberados de esa feroz dinámica de competencia y explotación que les arrebata, también a ellos, su dignidad (lo mismo que su paz, como bien saben, guareciéndose en sus ciudades blindadas).

¿Quiénes de todas nosotras y de todos nosotros, trabajando como educadores, educadoras o facilitadores, podemos responder que trabajamos para, con y desde la comunidad y el pueblo? ¿Cuántas manos están alzadas?

No demasiadas, parece. Porque aún trabajando en escuelas públicas de bajos ingresos, incluso desde espacios comunitarios en proyectos de educación popular, sin este componente de lucha de clases, sin este duro núcleo político, tampoco podríamos decir que estamos haciendo educación popular  en el sentido estricto  que Freire nos marca. Sería, acaso, una educación sensible a los valores sociales o una educación asistencialista, remedial, pero con pocas posibilidades reales de transformación.

Cabe preguntarse: ¿qué clase de educación sería esa que tuviera como núcleo de partida esa educación política? ¿Sería la escuela posible? ¿Qué pasaría con “todo lo demás” que se espera de una escuela? ¿Dónde quedaría el aprendizaje de la lectoescritura, las matemáticas, la química, la contabilidad, la psicología o la mecánica?

Ahí están la palabra generadora, los temas generadores, ahí está el currículum de una escuela de danza para jóvenes drogadictos. Freire nos invita: problematicemos, apoyados en imágenes y ricas asociaciones semánticas, a la ciudad marginada, al cinturón de miseria, la lluvia, el arado, la fábrica, el salario, la profesión, la narco-tienda, el gobierno, la opulencia, las redes sociales, los tianguis, o cualesquiera colecciones de palabras y temas que surjan de la inmersión en el contexto semántico de la gente en los barrios, en las comunidades, en el campo.

¿Puede sostenerse un sistema educativo sobre esta base?

Hay quienes dicen que sí… El aprendizaje por proyectos puede ser parte de la fórmula, el aprendizaje servicio también…

Dicho sea de paso, en el apartado “Educar para servir, educar es servir” (Alegato 2, Instrumentum Laboris del Pacto Global por la Educación):

El verdadero servicio de la educación es la educación al servicio. Por otra parte, la investigación educativa también reconoce siempre con mayor claridad la dimensión central del servicio a los demás y a la comunidad como instrumento y como fin de la propia educación; pensemos, por ejemplo, en el gran desarrollo de la didáctica del Service Learning. Este tipo de investigación está mostrando, cómo el servicio puede no solo ser una actividad educativa entre otras (la importancia del voluntariado en la formación de los jóvenes es bien reconocida), sino más radicalmente cómo puede convertirse en el método fundamental a través del cual todos los conocimientos y habilidades pueden ser transmitidos y adquiridos. (p. 34)

Pareciera entonces que es posible. En el México de hoy, la Nueva Escuela Mexicana intenta ir en esa dirección. ¿Qué ocurriría si se mira con detenimiento en el espejo que Freire nos ofrece?

Mirémonos de nuevo en el espejo, que nos vuelve a preguntar.

¿Quiénes son entonces los verdaderos educadores populares de hoy? ¿En dónde están? ¿Qué están haciendo? ¿En dónde están los proyectos alternativos en que la nueva sociedad se construye? Habría que hacer un nuevo mapa educativo en que seguramente comunidades de Oaxaca, Guerrero y Chiapas, las últimas de nuestras comunidades mexicanas, estarán honrosamente representadas…

Todos los demás hacemos lo que podemos. Lo hacemos desde donde estamos, en el colegio de élite o en la escuela pública, lo hacemos si al menos creemos con sinceridad en la necesidad de luchar por una sociedad sin clases, una sociedad verdaderamente justa, pacífica y cuidadosa de la integridad de la creación.  Es un esfuerzo valioso, sin duda, pero es una lucha con la mordaza puesta. Hacemos RESONANCIA, sí, cultivamos conciencias y corazones para que, cuando llegue el momento de la verdadera transformación, haya un caldo de cultivo propicio. ¿Es eso? ¿Sí? ¿No?

¡Qué difícil! Es más cómodo pensar, maestro Freire, es más cómodo decir que estás equivocado, que exageras, que eres demasiado radical. Y retirar pronto la mirada de ese espejo, de ese espejo que nos causa vértigo.


[1] Paulo Freire. Pedagogía del Oprimido. Uruguay, Ed. Siglo XXI, 1970.

[2] Paulo Freire. La educación como práctica de libertad. México, Ed. Siglo XXI, 2009.


2 respuestas a “Una difícil prueba”

  1. Se me hace muy interesante rescatar o revivir a Freire, sobre todo en una época con tantos tipos de crisis, ambientales, políticas y sociales.
    Tal vez el enfrentamiento no sea contra una persona identificada como opresora, sino con respecto a un sistema que instaura, reproduce y mantiene la opresión.

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