
¿Eres incorruptible? ¿Lo somos? ¿Qué hace falta para que la corrupción sea un mal endémico? ¿Cómo la educación participa de la reproducción de estas prácticas? ¿Cómo puede contribuir a combatirlas?
Es un lugar común decir que los mexicanos somos corruptos. Hay algo de eso: de acuerdo con la organización no gubernamental Transparency International, en el 2024[1], México figuraba en la posición 140 de 180 países, en una escala en la que el primer lugar le correspondería al país menos corrupto (Dinamarca) y el 180 al país “más corrupto” (Sudán del Sur).
Hay razones históricas para que un pueblo incurra en actos de corrupción. Una muy relevante: vivir bajo la opresión de un régimen en el que no cree, y del cual es víctima de innumerables injusticias, violencias y oprobios.
¿Serán motivos suficientes el trauma de una conquista militar avasallante y vivir un régimen colonial durante 300 años, para que todo un pueblo decida “burlar la ley” en forma sistemática?
¿Por qué respetar un orden impuesto por otros y que sirve al bienestar de otros? ¿Acaso no es mucho más factible plegarse voluntariamente a la ley cuando uno se siente razonablemente identificado con el Estado y con la sociedad que nos demandan lealtad?
Habrá que admitir, que, a menudo, el acto de corrupción es vivido como un acto de justicia o resarcimiento por parte del ciudadano, como una estrategia de defensa válida ante el abuso de las autoridades.
Y puestos en esta lógica, puede que lo sea: si mañana fuéramos invadidos por una potencia extranjera, y en el proceso perdiéramos a muchos de nuestros seres queridos y viéramos destruidos nuestros medios de subsistencia y nuestra cultura, ¿nos reprocharíamos quebrantar sus leyes? ¿Veríamos mal beneficiarnos de vez en cuando mediate algun subterfugio?
Pero de entonces para acá, hay muchos otros factores, y es preciso hacerse preguntas fundamentales. Una de ellas es la siguiente: ¿cómo desde la escuela favorecemos la corrupción?
Existen diversas prácticas que lamentablemente se han normalizado y contribuyen a este problema. Como docentes, a menudo omitimos señalar de manera enfática y sistemática los actos de corrupción que nuestros estudiantes presencian en su vida cotidiana, incluso aquellos protagonizados por sus propios padres. Nos hemos acostumbrado tanto a estas conductas que hemos dejado de verlas y, por ende, de denunciarlas. Esto nos lleva a cuestionar cuántas escuelas en México pueden realmente presumir de llevar a cabo campañas sistemáticas contra la corrupción. ¿Es suficiente con que la honestidad figure en el listado de principios y valores del ideario escolar?
Asimismo, es común considerar normales ciertas prácticas de corrupción, tanto ajenas como propias, amparándonos en la supuesta sabiduría popular de que “todo el mundo lo hace, es algo muy humano”. Ejemplos como “conseguir facturas” o “dar mordida” (sobornar a la policía para evitar una multa) a menudo no se perciben como actos corruptos. Incluso, en ocasiones, se celebran estas prácticas como “conductas ingeniosas”, lo que puede llevar a comentarios cómicos y a una peligrosa banalización de su importancia. Habrá quienes incluso justifiquen estas transgresiones a la ley como parte del carácter bromista e irreverente del mexicano.
En el ámbito educativo, es habitual que el premio y el castigo se utilicen de forma abierta o velada, lo cual es una manera indirecta de buscar la obediencia a la norma por razones equivocadas. Esto dificulta que el estudiante comprenda claramente la validez de dichas normas. Aunque desde hace tiempo se trabaja en propuestas como la “disciplina inteligente” o las “consecuencias lógicas” para cambiar este esquema, parece ser un proceso inacabable. Igualmente preocupante, es la práctica de regalar calificaciones a cambio de buena conducta (o lo contrario), algo en lo que a veces incurrimos sin darnos cuenta, o que incluso la escuela promueve a través de su “currículum oculto”. A esto se suma la agraviosa tradición de recibir regalos a cambio de calificaciones, especialmente en el nivel universitario, o la disimulada tolerancia de esta práctica.
Otra forma en que se fomenta la corrupción es a través del ejemplo y el discurso, al considerar que no decir la verdad incómoda de forma directa es un acto “educado”. En lugar de apostar por el desarrollo de la comunicación asertiva —es decir, aprender a decir lo que verdaderamente se piensa, cuidando la autoestima del otro— se prioriza el eufemismo. A esto se suman acciones como el nepotismo en el centro escolar, las prácticas de permisividad hacia estudiantes, docentes o directivos, o incluso la franca impunidad. Finalmente, la venta de plazas a docentes, especialmente con la intermediación del sindicato en el caso de las escuelas públicas, es una práctica lamentable que cierra este ciclo de factores.
A pesar de los desafíos, las escuelas y proyectos educativos poseen un enorme potencial para combatir la corrupción. Podemos y debemos tomar medidas activas para fomentar la integridad en nuestros entornos.
En primer lugar, como docentes o autoridades escolares, es fundamental procurar crear conciencia sobre la importancia de evitar que las prácticas corruptas tengan lugar, tanto dentro como fuera del centro educativo. No se trata solo de señalar lo incorrecto, sino de resignificar la conducta honesta como un acto de valentía e integridad, buscando conectar con las emociones y valores de los estudiantes, y no únicamente desde la razón.
Nuestra propia conducta es clave. Debemos negarnos rotundamente a recibir regalos o sobornos a cambio de tomar decisiones. Además, es vital conducirnos de manera ejemplar en situaciones donde la corrupción podría parecer lo más cómodo o conveniente desde una perspectiva egoísta.
Asimismo, podemos ser agentes de cambio promoviendo la comunicación asertiva en todos los niveles, enseñando a los estudiantes a expresar sus ideas y defender la verdad de manera respetuosa. Otro pilar importante es promover un aprendizaje de los límites basado en consecuencias lógicas y contratos sociales, en lugar de depender únicamente de premios y castigos, lo que fomenta una comprensión más profunda de la justicia y la responsabilidad.
Conviene añadir que es crucial que estemos dispuestos a denunciar prácticas de corrupción, incluso cuando esto implique afectar a personas que apreciamos. Este acto, aunque difícil, es indispensable para construir un ambiente de transparencia y honestidad.
Como personas y ciudadanos, es fundamental que podamos ver el sustrato individualista y egoísta del acto corrupto y de su hermana, la impunidad, en tanto conductas que atentan contra el bien común.
Debemos comprender que el anteponer el bien común al beneficio personal es una virtud y una necesidad, sobre todo si queremos combatir eficazmente problemas endémicos en México y en el mundo como la pobreza, la desigualdad, la violencia, la destrucción ecológica.
Buena parte de estas prácticas, que pueden promover o ayudar a superar las conductas corruptas, implican e interesan también a programas y proyectos de educación popular.
Un llamado a una visión compleja de la corrupción
Conviene abrir espacios en los que el problema de la corrupción sea analizado con ecuanimidad, siendo capaces de reconocer su complejidad y ubicuidad.
Condenar dichos actos en forma visceral y simplona (“moralista”), no ayuda a entender su verdadera dimensión y a identificar los “puntos de quiebre” en donde todos estamos expuestos a ser víctimas y victimarios, así como a entender un poco más las razones objetivas de su arraigo cultural.
En esta línea de análisis, ya hemos procurado abordar la corrupción como una conducta reactiva o adaptativa ante una situación de opresión sistemática. Aludamos ahora, brevemente, a otra línea de reflexión que intenta explorar la complejidad de este fenómeno:
Hace mucho tiempo leí un libro que nunca pude olvidar: Ciudadanos imaginarios, de Fernando Escalante [2]. El punto de partida puede resumirse planteando el siguiente dilema:
¿Qué harías si llevas 40 minutos haciendo cola en el banco, y cuando ya estás cercana a la ventanilla aparece tu mamá? ¿La dejas meterse a la cola? ¿La mandas al final de la fila? ¿Le cedes tu lugar y te vas tú al final de la cola nuevamente? Sé sincero/a, ¿qué es lo que harías normalmente?
Este ejemplo, que el autor desarrolla, describe cómo con frecuencia, en situaciones concretas, los valores no solo no se complementan, sino que compiten entre sí.
Existe a menudo, nos comparte el autor, cierta contraposición entre los requerimientos de la ética y de la moral, dejando al ciudadano en el centro de su fuego cruzado. ¿Debemos actuar bajo el principio de que todos somos iguales ante la ley, a rajatabla?
¿O debemos solidarizarnos, primero, con nuestra comunidad más cercana, con aquellos a quien debemos nuestra existencia y hacia quienes deseamos corresponder con gratitud, incluso haciendo una excepción a una regla anónima?
Para seguir pensando. Y para cerrar-abriendo, como nos gusta decir. ¿Qué opinas?
[1] https://www.transparency.org/en/cpi/2024
[2] Tesis doctoral publicada por El Colegio de México, 2014 la última edición.
Agradecimientos: Se utilizó Gemini para optimizar la redacción de los párrafos 9 al 16, sin que dicha plataforma aportara contenido.
2 respuestas a “Educar la corrupción”
Interesantes preguntas para un tema tan complejo con múltiples aristas y dimensiones. La escuela es un microcosmos que reproduce situaciones sociales como las que se señalan en el texto. Me parece que habría que profundizar más en las cauasa contemporáneas que afianzan la corrupción en nuestra sociedad y en la escuela.
Desde la escuela los escenarios como oportunidades para analizar situaciones donde se ponen en juego la honestidad y situaciones de corrupción pueden ser muy ricas, desde los estudiantes que llegan con tareas perfectas, los padres que justifican enfermedad de su jijo en época de exámenes, pero también como bien lo subrayas, desde el director quien da VoBo a las evaluaciones done el 90% de los estudiantes tienen notas con 10 o Dueños que quieren familias felices aunque esto doblegue la opinión del docente. Sin embargo hay programas reales para experimentar por ejemplo la solución de conflictos, las asambleas con los estudiantes que promueven la participación activa pero indudablemente hay mucho por trabajar primero desde el propio espejo.